Pablo Echenique en una imagen de archivo. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)
Hace poco más de una semana el foco mediático se asentaba sobre una figura bastante desconocida y a la cual no suele dedicarse demasiada atención. El Secretario de Organización de Podemos, Pablo Echenique, como muchas personas dependientes que precisan ayuda para realizar las tareas de la vida cotidiana, había contado durante un tiempo con los servicios de un asistente personal durante una hora al día. El “escándalo” surgió al conocerse que, por un lado, los servicios se habían prestado sin mediar contrato entre ambas partes y, por otro, que durante algunos meses no se habían ingresado las correspondientes cotizaciones a la seguridad social.
Algunas opiniones se han expresado en el sentido de señalar que ambas partes, empleador y empleado, deberían haber firmado un contrato laboral, recayendo por tanto la obligación de cotizar sobre el empleador (la cotización del empleado en estos casos es muy pequeña). No obstante, Pablo Echenique, en las explicaciones que ofreció inicialmente, manifestó que su asistente personal estaba dado de alta como trabajador por cuenta propia y, por tanto, pagaba sus propias cotizaciones al régimen de trabajadores autónomos.
Más que juzgar la conducta de Echenique, y a pesar de que sus explicaciones parecen confusas y poco convincentes, a través de las siguientes líneas me gustaría trasladar al lector o lectora la idea de que al acercarnos al trabajo doméstico y la asistencia a personas dependientes nos encontramos ante todo con una realidad compleja cuyo análisis debe ser abordado teniendo en cuenta el marco en el cual se desarrollan estas actividades.
La asistencia a personas dependientes y el trabajo en el hogar como terreno propicio a la informalidad
Como punto de partida debemos tener en cuenta que cuando hablamos del trabajo que se realiza en el ámbito doméstico hablamos de trabajo infravalorado, precario y escasamente regulado, ya sea éste realizado por personas que atienden a dependientes o realizan tareas domésticas en general.
La figura del asistente personal no aparece como tal contemplada en la legislación, sino que se engloba dentro de la regulación de los empleados del hogar. No obstante, la puesta en marcha de la Ley de Dependencia supuso un hito importante dentro de la atención específica a personas dependientes.
Esta Ley, sin embargo, además de no contar con unos medios adecuados de financiación, ha sufrido importantes impactos como consecuencia de la aplicación de los planes de ajuste de la pasada legislatura, mostrando una vez más que para los gobiernos garantizar la igualdad y la atención a aquellas personas que de una u otra manera pueden sufrir algún tipo de exclusión es algo secundario que se deja al albur de la coyuntura económica.
Así sin ir más lejos, en el marco de los recortes, el gobierno del Partido Popular eliminó la cotización a la seguridad social que realizaba el Estado en nombre de las personas que asumían las tareas de cuidados en el hogar, principalmente mujeres. Es decir, considerando que, en una parte importante de los casos, las referidas tareas de cuidados eran asumidas por familiares sin ningún tipo de contraprestación, la Ley, además de establecer una serie de ayudas a la dependencia, había determinado la obligación de que el estado cotizara a la seguridad social por dichas personas cuidadoras. Esta obligación fue, sin embargo, posteriormente suprimida.
Hechas estas primeras consideraciones, hay que señalar que la casuística que nos podemos encontrar dentro del sector del trabajo doméstico y la asistencia es de lo más variada, dándonos una idea de la complejidad de este tipo de relaciones o prestaciones de servicios:
1) La cuestión de las retribuciones y los salarios resulta, desde luego, fundamental. Las obligaciones que establece la ley a veces son difíciles de asumir tanto por la parte empleadora como por la de la persona que presta sus servicios.
Así, en el ámbito de la discapacidad, debe quedarnos claro que hay muchas personas en situación de dependencia que no han tenido oportunidad de cursar estudios y mucho menos de trabajar, cobrando pensiones no contributivas de bajo importe. Los gastos a los que hay que hacer frente, en tanto mayor sea el grado de dependencia, son elevados y difícilmente asumibles, incluso en aquellos casos que afectan a personas que cuentan con recursos.
En el otro lado, las personas que prestan servicios en el hogar familiar se ven determinados en muchas ocasiones por la precariedad de sus salarios. Así, en la práctica no nos será difícil encontrar situaciones en las cuales la persona empleada ha preferido no formalizar la relación laboral debido a que esto implica dejar de percibir otras prestaciones o puede suponer una merma de sus ingresos por otros motivos.
Evidentemente pueden darse situaciones de abuso tanto por una parte como por la otra que no defendemos, pero al mismo tiempo hay que reconocer que nos encontrarnos en un círculo vicioso que favorece el desarrollo de la economía sumergida.
2) Los incentivos para cotizar, por otra parte, no son desde luego muy potentes. Las cantidades y los periodos de cotización con frecuencia no suelen ser suficientes para generar derecho a pensión, y podemos encontrar también fácilmente casos de personas que han desarrollado toda su labor profesional en el servicio doméstico y se encuentran con una pensión al concluir su período activo que apenas les permite cubrir sus necesidades básicas.
3) Finalmente, debemos tener en cuenta que en este tipo de trabajos se establecen relaciones de confianza que van más allá de la propia prestación de servicios. Son tareas muy delicadas, no es fácil encontrar a personas que tengan la formación y capacitación para llevarlas a cabo, y esta circunstancia puede llevar a las partes a adoptar cierta “flexibilidad”.
Esta es la realidad, aunque a algunas personas les parezca escandalosa. Y ésta es la lamentable situación en la que viven y trabajan muchas personas. Una situación que tristemente no ha despertado interés hasta que no se ha visto implicado un personaje público.
Hipocresía y toque de atención
Vivimos en una sociedad hipócrita, que se lanza a defender súbitamente unos derechos laborales cuyo ejercicio, por otra parte y en la práctica, se está negando por acción u omisión a todo un colectivo de personas como son las que realizan un trabajo en el ámbito doméstico, un trabajo fundamentalmente feminizado y realizado por población migrante. Eso por no hablar del derecho de las personas con discapacidad a llevar una vida digna e independiente, tema del cual apenas se ha hablado y no ha generado el mismo interés en artículos, debates y tertulias.
Por otro lado, y en lo que respecta a la polémica generada en torno a Pablo Echenique, al margen de que éste deba asumir la responsabilidad que proceda, pensamos que estos hechos deberían hacernos reflexionar acerca de la pobre contribución que se ha realizado por parte de las personas con más presencia pública y mediática de cara a que la ciudadanía conozca esta problemática, y en beneficio de la valoración y visibilización del trabajo doméstico y de cuidados. Al margen de gestos simbólicos y de alguna que otra excepción puntual, el sólido trabajo de movimientos y colectivos en la denuncia de la situación no se ha visto reflejado convenientemente en agendas mediáticas y políticas a lo largo de este período en el cual parecía haberse abierto una ventana de oportunidad para abrir brechas el discurso dominante.
En este sentido, muchas personas quisimos ver en Podemos (y no solamente en Podemos) una herramienta y un altavoz para incluir en el debate público cuestiones como la economía de los cuidados, el feminismo, el ecologismo, y poner de manifiesto que existen modelos de convivir y generar riqueza alternativos que ponen el foco en las necesidades de las personas. La forma en que se ha desarrollado el “escándalo Echenique” parece mostrar que seguimos actuando a la defensiva en lugar de llevar la iniciativa, y que hasta ahora han pesado más los fríos cálculos electorales y mantener una posición que no levante sospechas que la determinación a la hora de denunciar injusticias y plantear alternativas.
Esperemos que el nuevo ciclo que se abre ante nosotras suponga un cambio que de vida al movimiento y nos haga recuperar la ilusión.